Sobre la marcha de jóvenes españoles a otros países
Una sensación de fracaso colectivo. La sociedad ha dedicado muchos recursos (públicos y privados) para formar a esos jóvenes, y por eso la pérdida (económica y social) es doble, por lo invertido para nada, y por el trabajo expatriado que no repercutirá en el desarrollo del país. Pero más allá de esa visión económica, hay muchas historias particulares de decepción por un país incapaz de ofrecer no ya un futuro, siquiera un presente digno, a miles de ciudadanos.
Sobre la importancia que la sociedad le da a este problema
No hay conciencia de la gravedad porque la sociedad ha fijado un ranking de prioridades, una escala de gravedad en las situaciones que provoca la crisis. A la cabeza están, por supuesto, las familias sin recursos, los desahuciados, los parados, los empobrecidos, de modo que no se da tanta importancia a esa marcha de jóvenes. Y sin embargo, el coste para el país es alto, pues ese futuro que queremos construir para salir de la crisis se ve lastrado.
Sobre el Gobierno y su intención de frenar el éxodo
No, no lo han considerado un problema hasta ahora. Oigo al ministro de Educación desdramatizar la marcha de jóvenes, diciendo que en realidad es una oportunidad, algo no necesariamente negativo, con el argumento de que lo malo no es que se vayan, sino que luego no sepamos hacerlos volver. Pienso que en un momento como este, con un desempleo desbocado y una creciente tensión social, la marcha de miles de jóvenes es para el gobierno una espita que quita presión a la olla, una forma de perder de vista a quienes, de quedarse, empeorarían las cifras de paro y la competencia por recursos cada vez más limitados.
Sobre emigrar
Pienso la emigración como un viaje indeseado (incluso cuando no es necesariamente obligado), un marcharse sin irse del todo, un cambiar de país sin romper el vínculo, manteniendo vivo el cordón umbilical con lo que se deja atrás, un cambio de vida temporal (aunque esa temporalidad acabe durando toda la vida), siempre con el horizonte del regreso (aunque no se cumpla al fin). A diferencia de otros, el emigrante suele viajar con el país a cuestas.
Una sensación de fracaso colectivo. La sociedad ha dedicado muchos recursos (públicos y privados) para formar a esos jóvenes, y por eso la pérdida (económica y social) es doble, por lo invertido para nada, y por el trabajo expatriado que no repercutirá en el desarrollo del país. Pero más allá de esa visión económica, hay muchas historias particulares de decepción por un país incapaz de ofrecer no ya un futuro, siquiera un presente digno, a miles de ciudadanos.
Sobre la importancia que la sociedad le da a este problema
No hay conciencia de la gravedad porque la sociedad ha fijado un ranking de prioridades, una escala de gravedad en las situaciones que provoca la crisis. A la cabeza están, por supuesto, las familias sin recursos, los desahuciados, los parados, los empobrecidos, de modo que no se da tanta importancia a esa marcha de jóvenes. Y sin embargo, el coste para el país es alto, pues ese futuro que queremos construir para salir de la crisis se ve lastrado.
Sobre el Gobierno y su intención de frenar el éxodo
No, no lo han considerado un problema hasta ahora. Oigo al ministro de Educación desdramatizar la marcha de jóvenes, diciendo que en realidad es una oportunidad, algo no necesariamente negativo, con el argumento de que lo malo no es que se vayan, sino que luego no sepamos hacerlos volver. Pienso que en un momento como este, con un desempleo desbocado y una creciente tensión social, la marcha de miles de jóvenes es para el gobierno una espita que quita presión a la olla, una forma de perder de vista a quienes, de quedarse, empeorarían las cifras de paro y la competencia por recursos cada vez más limitados.
Sobre emigrar
Pienso la emigración como un viaje indeseado (incluso cuando no es necesariamente obligado), un marcharse sin irse del todo, un cambiar de país sin romper el vínculo, manteniendo vivo el cordón umbilical con lo que se deja atrás, un cambio de vida temporal (aunque esa temporalidad acabe durando toda la vida), siempre con el horizonte del regreso (aunque no se cumpla al fin). A diferencia de otros, el emigrante suele viajar con el país a cuestas.
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